Publicidad

Rincón de Guayabitos, Nayarit; y su mar en calma…

El mar está tranquilo, el azul del cielo es propio de una pintura, el ambiente inspira a quedarse sentados en la arena que, al estar mojados, se pega en nuestros pies y los hace mostrar destellos dorados.
Por: Héctor Trejo S./Crítica dn.

La Sierra Madre Occidental oculta grandes secretos, lugares hermosos que no están expuestos a la vista de quienes transitan por la carretera, el mar se agacha entre la serranía, entre las grandes rocas o montañas, se oculta como un pequeño niño que recién conoce a su nueva amiga, con el deseo de ser visto pero evadiendo la mirada de quien lo busca.

El viaje de casi 11 horas desde la Ciudad de México, apenas interrumpido 40 minutos por una escala para tomar café y cenar algún bocadillo en el estado de Querétaro, fue sencillo. El deseo de llegar a la playa, de pisar la arena y empaparse los pies con el agua del océano, siempre es un aliciente para soportar algunas cuantas horas sentado, aunque el traslado en autobús además permite recuperar horas de sueño que se pueden perder en el camino.

Publicidad

A las afueras de Guadalajara, el camino comenzó a volverse denso y pesado, 270 kilómetros de distancia no son poca cosa, cuando la mitad del trayecto está compuesto por unas curvas peligrosas que incitan al mareo del navegante más experto o del viajero más frecuente de andares complejos.

El camino comienza a descender de la Sierra Madre Occidental y la tranquilidad vuelve de a poco a mi estómago, volteo a ver a Kary y ella me mira con cara de asombro, preguntando si había podido dormir bien… lo cierto es que un buen sueño de la Ciudad de México a Guadalajara respalda mi entusiasmo por llegar a la playita, lugar al que siempre, en todo momento es necesario acudir.

El bus solo nos permite ver vegetación por ambos lados de la carretera, pero por fin vemos una gasolinera y un letrero que indica que estamos a 20 kilómetros de nuestro destino, lo cual inyecta adrenalina a mi organismo y también al de Kary, por fin, después de casi un año, volvemos al océano, quizá por mi signo zodiacal (picis), pero siempre he sido un esclavo de pisar la arena, de oler la brisa marina, de sentir los rayos del sol en mi cuerpo semidesnudo.

Publicidad

Al dar vuelta a la derecha, una palmerita nos da la bienvenida con un pintoresco letrero que dice “Bienvenidos a Guayabitos”, que parece ser la entrada al pequeño pueblo de pescadores, que nos permite ver por fin el Océano Pacífico en su máximo esplendor, con un sol intenso que recién despertó y que nos deja ver que el resto del día será muy caluroso.

Rincón de Guayabitos, se encuentra en el estado de Nayarit, a 98 km de Tepic, capital del estado o a 220 de Guadalajara, aunque nosotros venimos de un poco más lejos para disfrutar de esta costa de arena oscura con destellos dorados, cuyo oleaje es tranquilo, aunque en algunas temporadas el agua es fría, no evitar el placer de refrescarse a los visitantes.

Por fin se detiene el autobús, todos los pasajeros nos estiramos para recuperar la elasticidad del cuerpo y comenzar con nuestras vacaciones, ahora sí, en forma. Bajar del vehículo implica cambiar de disco mental, de una temperatura de 21 artificiales grados en nuestros asientos, ahora se perciben 26 y con un nivel bastante bochornoso de humedad, característica indisociable de las zonas costeras.

El hambre ya exige buscar alimento y antes de ir a hospedarnos, Kary y yo decidimos buscar un restaurantito para desayunar, más allá de un simple café, el estómago pide algo sustancioso y recorremos el pequeño centro comercial del pueblo, donde encontramos varios lugares que emanan aromas deliciosos, sin embargo, un par de triciclos vaporizantes llaman nuestra atención.

Nos acercamos, al notar que mucha gente está comiendo ahí. Se trata de tacos al vapor, con tortilla suave, aunque con una especie de adobo, algo parecidos a los “sudados” o “de canasta” que se comen por mis terruños. Nos animamos a probar. El sabor es delicioso, la salsita que no pica mucho le aporta una gran consistencia ala taco, la carne -que imagino- es de res y se deshace en la boca, un nuevo tema para “La Comida Nuestra”, pero por el momento, hay que disfrutarlos.

Al final 3 tacos cada uno, con su respectiva Coquita bien fría para mitigar el calor que va en ascenso, aunque a penas son las 9 de la mañana y que pinta para ser un gran día. Qué más se puede pedir, sol, playa y mar…

Luego de hospedarnos de manera muy rápida, volvemos a la playa para disfrutar de este caluroso día. Unas cervecitas no podían faltar, pero en el acceso al litoral vemos varios negocios, incluso uno muy grande de fruta que nos vende unos pepinos y unas sandías con chile piquín y limón, para la botana del día.

El mar está tranquilo, el azul del cielo es propio de una pintura de Bob Ross -aquel que salía en televisión mostrando sus trazos y decía que “los artistas somos una raza diferente de personas, porque son un grupo feliz”-, el ambiente inspira a quedarse sentados en la arena que, al estar mojados, se pega en nuestros pies y los hace mostrar destellos dorados.

La tarde nos encuentra sentados en la arena, después de varios chapuzones, aunque el ocaso del día nos invita a solamente mirar el mar incrementando su intensidad al romper en la playa… el momento justo para despedirse de esta crónica turística.

Recuerde que viajar es un deleite y más cuando se hace en compañía. Lo espero en la próxima Crónica Turística y lo invito a que me siga en las redes sociales a través de Twitter en @Cinematgrafo04, en Facebook con “distraccionuniversitaria” y mi correo electrónico para cualquier comentario o sugerencia: trejohector@gmail.com

Este contenido esta protegido por los derechos de autor y de propiedad intelectual. Se prohibe la copia, transmisión o redistribución del mismo sin autorización por escrito de Crítica Digital Noticias. Todos los derechos reservados. Copyright 2024.

Publicidad

¿Qué te parece esta noticia?

Noticias relacionadas...

Publicidad