Ocurrió en 2010, cuando Scherer estaba a punto de cumplir 84 años y aún tenía intacto el espíritu de reportero que lo convirtió en una leyenda del periodismo mexicano.
Por: Agencias/Críticadn
A Ismael «El Mayo» Zambada, las autoridades lo han rastreado y tratado de detener durante 50 años. Hasta ahora sólo un periodista pudo llegar a él: Julio Scherer García
hace un año, militares y policías pusieron en marcha un operativo de cateo en un rancho de la comunidad de El Limón de los Ramos, en Sinaloa. En los medios había una versión: iban por Ismael “El Mayo” Zambada.
Al paso de las horas la noticia resultó falsa: el fundador del Cártel de Sinaloa –junto con Joaquín “El Chapo” Guzmán – seguía libre.
Hace 50 años que autoridades mexicanas y estadunidense han rastreado, buscado, acechado y cercado al «Mayo» Zambada sin resultados. Hasta ahora, sólo una persona ha llegado a él: el periodista Julio Scherer García, quien atravesó la sierra de Sinaloa para entrevistar en su propio escondite a uno de los narcotraficantes más buscados en México.
Ocurrió en 2010, cuando Scherer estaba a punto de cumplir 84 años y aún tenía intacto el espíritu de reportero que lo convirtió en una leyenda del periodismo mexicano. Ese año, el 4 de abril, la revista Proceso que él fundó en 1976 irrumpió en los kioscos con una portada que a nadie dejó indiferente.
En ella aparecía el propio Scherer bajo el brazo del «Mayo» Zambada, vestido con una playera polo y cubierta la mitad de su rostro por la sombra de una gorra de béisbol. Un roble de 1.80 metros de estatura al lado de don Julio, como llamaban todos al periodista que murió hace tres años, el 7 de enero de 2015.
El titular de la revista decía: «Proceso en la guarida de ‘El Mayo’ Zambada». En el texto una sola declaración del narcotraficante daba cuenta de las infructuosas operaciones de las autoridades en su contra:
–¿Algunas veces ha sentido cerca al Ejército?
–Cuatro veces. «El Chapo» más.
–¿Qué tan cerca?
–Arriba, sobre mi cabeza. Hui por el monte, del que conozco los ramajes, los arroyos, las piedras, todo. A mí me agarran si me estoy quieto o me descuido, como al «Chapo». Para que hoy pudiéramos reunirnos, vine de lejos. Y en cuanto terminemos, me voy.
–¿Teme que lo agarren?
–Tengo pánico de que me encierren.
–Si lo agarraran, ¿terminaría con su vida?
–No sé si tuviera los arrestos para matarme. Quiero pensar que sí, que me mataría.
Zambada sigue vivo.
Los malos: una fascinación
Meses atrás, en febrero, el mismo narcotraficante había buscado al periodista para ofrecerle una entrevista a través de un emisario. «Deseaba conversar conmigo a partir de un dato. Estaba enterado de mi trabajo y me tenía confianza», narró el propio Scherer en su libro de memorias Vivir.
Para entonces, el periodista ya había entrevistado a otros capos para sus libros Cárceles y Máxima seguridad. En este último relató sus conversaciones y encuentros con Rafael Caro Quintero, Ernesto Fonseca, El Güero Palma y Miguel Ángel Félix Gallardo, presos en los penales de Almoloya, en el Estado de México, y Puente Grande, en Jalisco.
Allí había conocido y entrevistado también a Zulema Hernández, una de las amantes del Chapo, presa entonces y asesinada en 2008.
«Dañada el alma o lo que de ella quedara, se involucró en la fayuca (tráfico de mercancías ilegales) y se adentró en la delincuencia organizada. No quería más vida que esa que llevaba, la del crimen y la muerte», escribió Scherer de Zulema luego de su muerte.
A Rafael Caro Quintero, «El Príncipe», otro fundador del Cártel de Guadalajara –ahora prófugo y con precio en su cabeza (el FBI ofrece 20 millones de dólares por él) después de su salida de la cárcel en 2013–, Scherer lo describió en reclusión, como sólo él pudo verlo.
«Es un zombi. Calada la gorra beige hasta las cejas, corría vueltas y vueltas alrededor del patio. Nada altera el paso, rítmicos los movimientos, perfectos. El cuello permanece inmóvil y el cuerpo en movimiento carece de expresión. Nada lo detiene, nada lo interrumpe».
Si Scherer fue el primer periodista que cruzó las puertas de los penales de máxima seguridad de Almoloya y Puente Grande para entrevistar a narcos y otros delincuentes, también fue el primero que entrevistó a Sandra Ávila Beltrán, conocida como «La Reina del Pacífico».
Detenida en 2007, el entonces presidente Felipe Calderón la señaló como una poderosa narcotraficante que servía de enlace para el tráfico de drogas entre México, Colombia y Estados Unidos.
Pesaban en su contra sus vínculos de sangre: es prima del narcotraficante Miguel Ángel Félix Gallardo, «El Jefe de Jefes» del desaparecido Cártel de Guadalajara, y también pariente de los Arellano Félix.
Scherer pudo conversar con ella no durante horas, sino por días. La visitó, la entrevistó, la procuró y siguió pendiente de ella incluso después de su traslado del Reclusorio Femenil de Santa Martha Acatitla, en la Ciudad de México, al Centro Femenil de Readaptación de Tepic, en Nayarit.
«Nuestras reuniones ocurrían los viernes y en ocasiones agregábamos un día, los martes», cuenta el periodista en su libro Historia de muerte y corrupción.
Así lo había hecho también con David Alfaro Siqueiros muchos años atrás, durante los primeros años de su carrera como periodista, cuando encarcelaron al muralista –una de las 7 veces que estuvo preso– en la prisión de Lecumberri, acusado de delito de disolución social. Scherer lo visitó durante meses, conversó con él y escribió en 1965 uno de los retratos más fascinantes del artista: el libro La piel y la entraña.
Muchas veces había vuelto Scherer a las cárceles para entrevistar a otros: asesinos, políticos corruptos y narcotraficantes en su última etapa de vida periodística, que coincidió con el gobierno de Felipe Calderón y su guerra contra el narco.
«A don Julio le fascinan los malos, tiene una extraña fascinación por el mal y los malos», me dijo un día Miguel Ángel Granados Chapa, otro emblemático periodista mexicano, quien murió en octubre de 2011.
Sandra Ávila, «La Reina del Pacífico», lo había fascinado. Su vida y su destino. También su imagen: «De estatura media, apenas morena, sus grandes pechos sugerían un cuerpo impetuoso. Desde su cintura, las líneas de Sandra Ávila correspondían a la imagen de una mujer en plenitud», escribió Scherer en el libro La Reina del Pacífico: es la hora de contar.
Pese a su condición de presa «altamente peligrosa», el periodista nunca dejó de referirse hacia ella como «señora».
Por el periodista sabemos que aquella mujer, a quien el gobierno de Calderón también identificaba como responsable de las relaciones públicas del Cártel de Sinaloa, alguna vez quiso ser periodista. Incluso entró a la Universidad de Guadalajara para estudiar comunicación. Pero un novio suyo, sobrino del narcotraficante Ernesto Fonseca, «Don Neto», se lo había prohibido y hasta la secuestró y la golpeó.
En un solo párrafo del libro que sobre ella escribió, Scherer resume la confianza que alcanzaron en aquellas largas horas de conversación, desde su primer encuentro.
«Vestida con el obsesivo color de las internas en proceso, café claro, se adentró en el salón pausada, los pasos cortos. (…) La miré a los ojos oscuros, brillantes, suave la avellana de su rostro. Me miró a la vez, directa, sus ojos en los míos. Con el tiempo llegamos a bromear: el que pestañee, pierde».
El Mayo Zambada: la no-entrevista
Con antecedentes profesionales suficientes, acumulados en más de medio siglo de carrera periodística y entrevistas a decenas de personajes como Konrad Adenauer, Salvador Allende, Pablo Neruda, Augusto Pinochet, entre muchos otros, Julio Scherer llegó al «Mayo» Zambada en marzo de 2010, acompañado de cuatro escoltas del líder del Cártel de Sinaloa.
Al recibir la invitación del «Mayo» Zambada, un mes antes, Scherer había acordado con su equipo de la revista Proceso contarlo todo, «salvo detalles que pudieran abrir pistas a la autoridad y dar con el delincuente. En su momento repetí que no soy delator», escribió el periodista en Vivir.
Sabía que «entre los delincuentes priva una ley que no necesita de redacción alguna para aplicarse», narró. «Para el soplón no existe piedad. Ha de pagar su traición con la vida y muchas veces con la vida de sus familiares. El traidor paga dos ojos por uno».
Con los riesgos sobre sus espaldas de 84 años, Scherer partió hacia el refugio del «Mayo» Zambada. Desde el momento en que supo el día, la hora y el lugar donde comenzaría su viaje, su ánimo no tuvo tregua. «A partir de ese día ya no me soltó el desasosiego», escribió en la entrevista publicada en la revista Proceso, el 4 de abril de 2010.
En aquel texto Scherer en realidad narra un viaje, sus paradas en la ruta con rumbo desconocido y una breve charla que no pudo grabar porque, al final de día, el narcotraficante no aceptó la grabadora entre ellos. Así lo escribió:
–¿Grabamos?
Silencio.
–Tengo muchas preguntas –insistí ya debilitado.
–Otro día. Tiene mi palabra.
De la charla acompañada con jugo de naranja, leche, carne, frijoles, tostadas, quesos y café azucarado pudo salir una breve entrevista, que terminó con la directa petición del narco:
–¿Nos tomamos una foto?
Sentí un calor interno, absolutamente explicable. La foto probaba la veracidad del encuentro con el capo.
Zambada llamó a uno de sus guardaespaldas y le pidió un sombrero. Se lo puso, blanco, finísimo.
–¿Cómo ve?
–El sombrero es tan llamativo que le resta personalidad.
–¿Entonces con la gorra?
–Me parece.
El guardaespaldas apuntó con la cámara y disparó.
Hasta aquí el texto de la entrevista. Años más tarde, Scherer narró la conclusión de aquel encuentro en el libro Historias de muerte y corrupción, de 2012:
Ya para terminar la jornada, reclamé su conducta al Mayo Zambada.
–Vine hasta acá para entrevistarlo. Soy periodista y su invitación para que nos reuniéramos fue para mí el claro indicio de su disposición para una conversación grabada. Si no, ¿a qué invitarme?
–Lo entiendo.
–¿Entonces?
–Nos juntaremos de nuevo.
–Llegaría con grabadora.
–De acuerdo.
–¿Cuándo?
–El 18 lo buscan.
–¿Seguro?
–Tiene mi palabra.
–Y la entrevista, ¿cuándo?
–El 20.
–¿El 20 de marzo?
–El 20
Incrédulo, le clavé los ojos. Respodió grave:
–¿Para qué mentirle? ¿Qué gano?
Zambada y Scherer no volvieron a encontrarse. Cumplido el plazo de su encuentro pactado para el 20 de marzo, el narcotraficante le hizo saber al periodista que había mucha vigilancia en torno suyo. «Mucho gobierno», le mandó decir con su intermediario.
Entonces publicó lo que tenía. Y la respuesta del gobierno fue amenazante: si hubieran encontrado a Scherer con el narcotraficante, a los dos los habrían encarcelado.
Para su momento, la entrevista levantó todo un debate ético sobre los límites del periodismo frente a los ciminales. Hubo elogios de un lado y críticas enardecidas del otro: que si Scherer se había dejado utilizar, que si había servido como vocero del Mayo, que si un periodista debía o no entrevistarse con un narco…
Scherer previó esas reacciones y las zanjó con una sola frase: «Si el diablo me ofrece una entrevista voy a los infiernos».
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