Era un “podito” que me traje de Tecuala, dice la señora que plantó el arbolito que esta semana fue talado porque “afeaba” fachada de un negocio. Autoridades deben de tomar cartas en el asunto.
Por: Vicente Rocha/Críticadn
«Si lo van a cortar, que sea cuando yo no esté». Fue la última frase que intercambió la señora Martina con la persona que ya le había advertido que retirarían la clavelina. Ese día, jueves 4 de septiembre, doña Martina ya no vendió nada, apesumbrada se fue temprano del espacio ambulante que ocupa en el cruce de las calles Abasolo y San Luis donde vende fruta picada. Por la tarde se cumplió la amenaza, la clavelina fue talada «para que no le quitará vista» al local de venta de ropa que días después sería inaugurado.
(Está historia está relacionada con el posteo que hice hace un par de días, en el que denuncié la tala de un arbolito de clavelina que se encontraba en la esquina de Abasolo y San Luis).
Doña Martina me cuenta la historia con la voz quebrada: «Ya ni quiero voltear para allá enfrente (señala hacia la banqueta norte de la calle Abasolo donde se encuentra una flamante boutique), me duele acordarme de mi árbol». Los administradores del edificio sabían que doña Martina había plantado el árbol y le procuraba cuidados, a despecho de ellos, como si la vía pública les perteneciera; así pues, el árbol ya lo tenían en la mira, fue la renta del local lo que precipitó los hechos. Ella comenta que intentó disuadirlos: «el árbol la mayor parte del año tira las hojas, así que no va a tapar la vista, además, yo desde aquí les haré promoción, le diré a la gente que pase que ahí enfrente venden ropa muy bonita…». De nada sirvieron sus súplicas.
Ya menos compungida me narra el origen del árbol. «Era de un ‘podito’ que me traje de Tecuala. Cada Semana Santa otros vendedores y yo rentamos un camión, echamos arriba nuestros tiliches y nos vamos a vender mangos preparados a la playa El Novillero. Hace cuatro años, justo a la entrada de la playa, vi el árbol y me gustó, ni siquiera sabía su nombre, estaba un poco alto, así que le pedí al esposo de una de las compañeras que cortará unos coditos, fueron cuatro, nos los repartimos. Luego los puse en un vaso con agua y al regreso les puse tierra. A mí amiga se le secaron, pero a mí no, uno de ellos lo planté en el parque Juan Escutia, pero se lo robaron, y el otro era el que estaba aquí enfrente, ya estaba grandecito, ya iba para los cinco años…».
La narradora se quiebra de nuevo y su nieta que la acompaña la consuela abrazándola. Luego me enseña su celular, no es un smartphone sino uno de los llamados «cacahuatitos». Y prosigue: «este es el teléfono que tengo, así que antes de antes de que tumbaran el árbol le pedí a la gente de aquí, que tiene celulares finos que le tomarán una foto y me la imprimieran para tenerlo de recuerdo. Sí le tomaron fotos pero nadie me las ha dado…».
Conmovido por el relato me despido de mi interlocutora. Recuerdo que yo tengo fotos de la clavelina en pie, y ahí a la vuelta, en Foto Medina, encargó una impresión montada en macocel para obsequiársela. En un par de horas regreso con la señora Martina y le doy su foto. Su rostro se ilumina y me regala una sonrisa, ésa que exhibe en la imagen.
Por la pandemia doña Martina dejó de vender su fruta y aunque ya está de vuelta, muchos de sus clientes no lo saben, así que sus ventas son bajas. Si alguno de ustedes anda por el mercado Abasolo y se le antoja una fruta, vayan con ella, háganle el gasto y exprésenle su solidaridad, le hará bien saber que sepa otras personas también estamos condolidos por la muerte de su árbol, que también era de todos.
Y algo más que podríamos regalarle a doña Martina y a la ciudad es la reposición de la planta. Rocío ReaCibrián, me parece que este evento puede dar lugar a la aplicación del reglamento en materia de reforestación y áreas verdes con la finalidad de evitar conductas similares, considero que el mensaje que deben dar las autoridades a los comerciantes es que la vegetación urbana puede convivir con la actividad económica. Quedo a tus órdenes para ver cómo se puede iniciar el procedimiento respectivo, o cuando menos, ver la posibilidad de plantar otro árbol nativo ahí mismo, sin que corra en el futuro la misma suerte de la clavelina.
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